Siempre quise escribir algo sobre el llanto del nazareno, algo contundente y demoledor y que al tiempo tratara de justificar mi risa ante el dolor ajeno. Buscando fotos de nazarenos aflijidos me encontré con un blog sensacional
Diario de un Copépodo que a resuelto magistralmente el tema. Así que les dejo con la transcripción literal de dicho texto.
Finalmente, me he decidido a escribir algunas líneas sobre uno de mis pasatiempos de estos días llenos de torrijas y pestiños:
el de reírme de los costaleros, nazarenos, devotos y demás fauna autóctona de la España profunda que llora amargamente cuando la lluvia les chafa la procesión de turno. Esta explicación, que nadie me ha pedido, no es para justificarme, sino que incluso es un acto deliberado de meter el dedo en la llaga y por el que, supongo, me van a caer unos cuantos palos. A primera vista muchos podrían decir que estoy practicando eso que los alemanes llaman “
Schadenfreude“, es decir, encontrar placer en la desgracia ajena. Sinceramente, no lo creo. No soy muy del
chadenfroide ese, no me agrada la tristeza ajena y en el fondo las procesiones me la sudan, excepto quizá cuando me bloquean el recorrido hacia mi destino, en cuyo caso me la envaino porque la calle es de todos; de las procesiones de Semana Santa, de las carrozas del Orgullo Gay, de las carreras populares e incluso, por qué no, de los viandantes. La cuestión es que estas lágrimas me parecen risibles porque, a poco que hagamos una reflexión sobre el tema, veremos que es un comportamiento que hace aguas (jojojo) por todas partes y, sobre todo, que no ceo estar riéndome de desgracia alguna.
Empecemos por lo más básico. A nadie se le escapa que los aludidos cofrades llevan mucho tiempo preparándose para salir a darse tripazos por las calles con su cristo de turno. Son muchas semanas de ilusión y ensayos practicando cada detalle, por no hablar de los músicos, los nazarenos, los arreglos florales, etc. Es muy fácil de entender que si se te estropea un plan al que has dedicado tantos días, te siente muy mal, ¿verdad? De hecho, si es
tan fácil de entender es porque
a cualquiera de nosotros nos ha pasado. No me refiero concretamente al caso de salir de procesión, sino quizá a un viaje suspendido, a un encuentro que no puede tener lugar, una celebración importante… lo que sea. Todos hemos pasado por circunstancias similares, a veces por razones realmente desafortunadas y trágicas, y otras por algo tan sencillo como el tiempo. Desde que somos niños aprendemos que la meteorología puede jugar mala pasadas, y también se nos enseña que no tiene sentido culpar a nadie por ello ni lamentarse demasiado porque “nunca llueve a gusto de todos” y no hay más vuelta de hoja.
Hay un momento de la vida en el que aprendemos que no merece la pena tomarse muy en serio que el tiempo te juegue una mala pasada. Ese momento suele llegar a los ocho años.
Cuando un adulto se toma demasiado a pecho que la lluvia le estropee el plan de un día de primavera, seguro que muchos lo verían como un gesto de inmadurez, especialmente cuando se trata de algo tan previsible como el caso que nos ocupa, que se repite una y otra y otra vez cada año (Asumidlo, cofrades: en Semana Santa suele llover; es una contingencia para la que hay que estar mentalizado). Sin embargo, si uno comete la imprudencia de poner la televisión estos días, nos hartaremos de ver maromos de 40 tacos llorando como magdalenas y, lejos de ignorar este acontecimiento, los medios de comunicación lo ensalzan y lo acentúan poniéndolo incluso como ejemplo de devoción, curiosidad antropológica y vaya a saber usted qué. Este acento informativo actúa como una caja de resonancia que refuerza positivamente estos comportamientos de año en año, comportamientos que, vistos de forma objetiva, no son más que lo dicho anteriormente:
rabietas por mal tiempo. Yo mismo soy de lágrima fácil, ¡pero al menos no presumo de ello, y menos por determinados motivos!
Por supuesto, el factor diferencial es que tenemos a la religión de por medio, y aquí es donde empieza lo interesante. En el momento en el que la rabieta tiene contenido religioso, lo que
en cualquier otra circunstancia sería un gesto de inmadurez, por arte de magia se convierte en muestra de lo profunda que es la devoción de la persona en concreto, porque claro, eso de ser de una cofradía es “algo muy grande” “que no se puede explicar”, etc etc. Mi opinión personal y verdadera motivación de mi pitorreo es que esta actitud la mayor parte de las veces tiene un alto contenido en teatro (por demostrarle al vecino lo devoto que es uno), y si no, es decir, si el llanto es sincero, o bien es un gesto de absoluta inmadurez, o bien es un síntoma preocupante de fanatismo (fanatismo hereje, por cierto, como explicaré después).
Sea cual sea la circunstancia, es muy curioso cómo en este país te puedes pitorrear de los políticos, de los futbolistas, del vecino del quinto, de los funcionarios, de los militares, de los policías, de los parados y del panadero… nadie pondrá en duda tu derecho incluso a hacer chistes de mal gusto sobre cualquiera de ellos ni pretenderá querellarse contigo si lo haces, pero ¡amigo! Cuando llegamos al asunto de la religión, un aura misteriosa de excepcionalidad protege incluso las actitudes más ridículas, como la de enfurruñarse hasta el llanto porque llueve. Este aura, por cierto, no está justificada de ninguna manera en nuestras leyes, donde muy al contrario, se garantiza la libertad de expresión y el estado aconfesional (ejem). Por eso me río. No porque me importe lo más mínimo, ni porque no me cueste nada entender que es una putada llevar ensayando con el tambor todo el año y no poder salir a las calles el día de la verdad. Me río para compensar el absurdo ruido mediático que ensalza una actitud sin sentido. Me río como sano ejercicio de libertad de expresión que responda a un tabú que amenaza como un tumor.
Me río para poder gritar que el emperador está desnudo, mientras me dejen. Y sobre todo, me río porque en el fondo no hago daño a nadie, mi pitorreo es inofensivo, inocuo y ni siquiera es de mal gusto porque objetivamente los afectados no están sufriendo
ninguna desgracia; cada día que el tiempo se pone chungo a alguien se le jode algún plan o algún día especial (bodas, celebraciones, merendolas, excursiones, vuelos cancelados, etc) y la mayoría de nosotros nos lo tomamos, como es natural, con resignación pero sin dramatismos infantiles. Y por supuesto, me río porque hay desgracias que ocurren a nuestro alrededor constantemente, desgracias auténticas que merecen llanto, rabia e indignación y bajo cuya perspectiva el llanto de un nazareno es, efectivamente, ridículo y risible.
Además, ya que estoy metido en faena, me voy a atrever a explicar por qué, incluso desde dentro del credo cristiano, el llano cofrade es totalmente absurdo. ¿Por qué no se plantea de forma regular, en los días de lluvia, hacer alguna variante de la procesión? Ya se han visto a veces pasos cubiertos de plástico para que no se mojen las tallas, y también podrían hacerse procesiones incluso sin el paso, pero con el mismo recogimiento, misticismo, cirios, pies descalzos, tambores, saetas, capirotes y demás; Dios está en todas partes ¿no? Vale que no es lo mismo, pero menos da una piedra ¿Por qué el paso es tan importante? ¿Por qué sin el paso no hay procesión? La respuesta es evidente: esa dependencia del paso en sí, esa atribución de importancia a una figura material, esa devoción de la gente tan focalizada en una escultura, es clarísimamente
idolatría/dulía, algo que va en contra del credo católico y que desde hace siglos se ha
criticado por los protestantes. Incluso el Vaticano ha tenido que puntualizar que el uso de imágenes está permitido como una forma de visualizar los misterios, pero que de ninguna manera se pueden adorar a esculturas de cualquier tipo. sin embargo, eso es exactamento lo que ocurre por toda la geografía española por parte de gente que se cree (o quiere parecer) fervorosamente devota cuando en el fondo, desde el punto de vista de su propia teología, son unos herejes.
Atribución de poderes mágicos a la talla de la Virgen Rocío (no es la Semana Santa, ya lo sé). Los poderes son tales que merece la pena incluso hacer pasar a un niño por un mal trago con tal de tocar al ídolo. Su padre se cree muy devoto cuando en el fondo es un hereje y un fanático.
Y ahora un corolario. El año pasado se organizó una “procesión atea” para el Jueves Santo que finalmente tuvo lugar en otra fecha porque “
dañaba la libertad religiosa“. Yo no tenía pensado ir, pero como soy muy cabezón y no me gusta que me digan que no puedo hacer una cosa, finalmente asistí con Radagast y Jezabel. Cuatro gatos (comparados con las masas que se juntan en las procesiones verdaderas, aunque idólatras) estuvimos dando vueltas por las calles de Lavapiés, sin salir a ninguna vía importante, sin molestar a nadie. Desde luego, un espectáculo un tanto lamentable por la escasez de afluencia y totalmente irrelevante a nivel mediático, pero necesario, pese a todo, o eso creo. Necesario, no porque piense que haya que ser ofensivo contra nadie, sino porque muy a menudo da la sensación de que eso de la libertad de expresión queda muy bonito negro sobre blanco, pero tal y como están las cosas muchos sentimos curiosidad sobre si, a la hora de la verdad, realmente se va a garantizar ese derecho si me apetece cagarme en Dios. Personalmente, tendría muchos motivos para sentirme ofendido. Me basta abrir determinados periódicos, ver determinados canales o escuchar a determinadas personas para recibir auténticos insultos a mi forma de ser o de pensar. Por supuesto, hace mucho tiempo que maduré lo suficiente como para entender que no puedes estar pendiente de lo que otros piensen de tus creencias y tus gustos. De nuevo, una lección que una parte de los creyentes debería aprender.
Este año, la “procesión atea”
ha vuelto a prohibirse durante el Jueves Santo a pesar de que existe el precedente del año anterior y se sabe que la asistencia sería ridícula, que permanecería cercada en un recorrido sin procesiones y de que en un hipotético conflicto, los costaleros darían una soberana paliza a los manifestantes (por superioridad numérica y
experiencia). Una vez más, el aura de excepcionalidad religiosa se anota un tanto. Mientras pueda, yo me sigo reservando el derecho a regocijarme y comentar el espectáculo de los cofrades llorando porque la voluntad divina, inexplicablemente, ha querido que llueva el día de la procesión. Por supuesto, entiendo que a algún lector le parezca un gilipollas y un malnacido y, oye, me parece estupendo. Ahí abajo hay una sección de “comentarios” donde pueden dar rienda a su imaginación y a sus amenazas, que no me voy a ofender ni a molestar.
Sólo me queda por decir que el hashtag de Twitter para enlazar fotos y vídeos es
#llantocofrade. ¡Felices Pascuas! ¡Feliz temporada de Llanto Cofrade!
Texto:
Diario de un Copépodo.
Dibujo: Fernando Siquier Carrión
Fotos: austé a saber!!